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La Turquía Gay es una postal vacía

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Barcelona: «Soy kurdo, soy gay y soy libertario«. Así se presenta Bawer Çakir, de 36 años. A este activista gay le cuesta ponerse cómodo en el sillón rojo de una de las salas del Departamento de Interior, en Barcelona. Después de su presentación procede a dejar por tierra lo que considera «la fantasía» europea de la tolerancia turca hacia la homosexualidad. «Es fácil ser gay en Turquía si eres turista. Lo que vale es tu dinero. Pero si vives allí te enfrentas al rechazo y a los abusos«, explica.

Para Çakir, periodista de profesión y miembro de la organización Lambda Estambul, las parejas del mismo sexo tomadas de la mano por la «supuesta» calle gay de Istiklal Caddesi o las fantasías porno en los baños turcos son postales vacías. La realidad que vive es otra. Desde la ONG y la revista en la que trabaja se ha dedicado, a denunciar la homofobia en Turquía. «Somos un problema para la sociedad turca, nos ven como corruptores de la moral«, explica.

Çakir vivió en Barcelona y fue uno de los beneficiarios del programa de protección de defensores de los derechos humanos de la Generalitat.

El caso más triste, continúa, es el de Ahmet Yildiz, un estudiante y activista de 26 años que en julio de 2008 fue asesinado de un tiro al salir de un café. Çakir acusa del homicidio al padre de la víctima, que permanece prófugo, y critica que el Gobierno y la policía ignoren las denuncias hechas por las entidades que velan por los derechos humanos. «Era un asunto de honor, muy islámico. Nadie de su familia fue al funeral«, asegura.

Sin embargo, con lo doloroso que puede ser que te maten por el simple hecho de tu identidad sexual, a Çakir le duele más el rechazo del día a día, especialmente, hacia las personas transgénero. «Estás sentado en un restaurante con tus amigas trans y llega un policía; 1.600 euros de multa. ¿La razón? Escandalizar. No se puede vivir tranquilo«, se queja. «La razón para ser activista soy yo mismo, porque quiero una vida feliz«.

Aunque no es la primera vez que pisa Barcelona, aún le sorprende la «libertad» con la que se vive. «El otro día estaba en un bar con unos amigos y al lado se sentó un anciano. Ellos se besaban y el hombre no hizo ningún gesto. Me preguntaba si estaba ciego. ¡Eso es imposible en Turquía!», explica.

Fuente: El País

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